jueves, 6 de enero de 2011

Secretos largos

Un cuento inédito de Soledad Jácome*

Estábamos en Villa Gesell, en un camping que tenía un sector para casas rodantes. Mis tíos iban todos los años y reservaban siempre el mismo lote por todo febrero. Les gustaba ese rincón porque estaba en uno de los ángulos de la ligustrina que cercaba todo el lugar, apartado del quincho comunitario y de los baños. Además, como estaba en una esquina, teníamos vecinos sólo a la izquierda y el espacio que quedaba detrás de la casa rodante era como un patio privado en el que comíamos y tomábamos sol sin que nadie nos molestara. El camping estaba rodeado por pinos que se alineaban sobre los médanos como las cerdas de un cepillo.

Yo había ido de vacaciones con mis tíos y mi prima, como los últimos tres veranos. Para ese entonces ya tenía quince y un hermano siete años mayor con el que casi ni me relacionaba, no nos llevábamos mal pero tampoco teníamos nada en común. Mi mamá se había muerto hacía unos años y al tiempo mi hermano se fue a vivir solo, así que nos veíamos poco. Yo me quedé con mi papá. Él me cuidaba, estaba siempre atento a que no me faltara nada, pero teníamos una relación distante. Era muy disciplinado en la vida cotidiana, estricto con la puntualidad, el orden y las reglas bajo las que había que vivir en casa. Cuando era chica, si tenía que pedirle permiso para hacer algo siempre lo hacía a través de mi mamá, acercarme a él me daba miedo. No era un miedo concreto, él no era un hombre agresivo y el temor que yo tenía no era a sus retos o castigos, era miedo a molestarlo. Parecía vivir dentro de un escudo electromagnético y yo siempre procuraba mantener cierta distancia porque si me acercaba demasiado se activaba y él empezaba a protestar porque lo interrumpía con cualquier pavada.

Mi prima Julia era dos años más grande que yo y nos llevábamos muy bien; desde que murió mi mamá yo pasaba mucho tiempo en su casa. Mi tía le decía que me cuidara, que charlara conmigo así me distraía y no andaba siempre tan triste, pero ella no lo hacía como un esfuerzo ni porque mi tía se lo hubiera pedido. Le gustaba estar conmigo, enseñarme cosas y presumir de su experiencia con los chicos. Julia era hija única y en ese momento pasé a ser como su hermana menor. Para mí era un referente de lo que era ser una chica grande, andaba siempre atrás de ella tratando de copiar sus gestos, sus frases con doble sentido, su manera de agarrar el cigarrillo. Ella me dejaba seguirla y me presentaba a sus amigos. Yo admiraba que fuera tan segura, no tenía vergüenza, siempre hacía chistes y tenía una risa fuerte y contagiosa.

Ese verano mi prima había invitado a una amiga, Andrea. Cuando lo supe me puse celosa, pensé que si quería estar con una chica de su edad era porque se aburría conmigo y que seguro iban a ir a bailar o a salir con chicos más grandes. Mi prima había terminado el secundario y para mí eso generaba un abismo entre nosotras. Después de las vacaciones ella tenía pensado buscar trabajo y empezar la facultad, iba a entrar en el mundo adulto y yo todavía me sentía una nena. Hasta entonces habíamos estado muy unidas y me daba miedo que perdiéramos eso.

La noche anterior a salir de viaje me había quedado a dormir en lo de mis tíos y antes de acostarnos le pregunté a Julia por la chica que había invitado, quería saber cómo era, de dónde la conocía, que me hablara de ella. Me contó que era una amiga del colegio pero no me dio más detalles, no parecía darle mucha importancia. Salimos temprano a la mañana y pasamos a buscar a Andrea por la casa. No llegamos a tocar el timbre, ella estaba atenta al motor y apenas mi tío estacionó el auto en la puerta salió y bajó ágil los cuatro escalones hasta llegar a la vereda. Tenía puesto un mini-short color durazno que le llegaba justo a la mitad del ombligo, atado con un cordón a la cintura, y una musculosa blanca muy cortita que no tenía terminación, la tela parecía desgarrada como si la hubiera cortado a mano antes de salir. En la cabeza tenía una vincha de toalla verde agua y el resto del pelo suelto y rebajado, largo hasta la mitad de la espalda. En cuanto la vi me pareció tan linda, tenía una sonrisa amplia de labios pintados de rosa suavecito y los ojos de un turquesa aguado y translúcido. En seguida me tranquilicé, algo en su mirada y en su voz me hizo sentir bien. Durante el viaje nos la pasamos hablando las tres, ellas me contaban cosas de la fiesta de egresados y, como estaban mis tíos, cuando me querían decir algo que ellos no podían escuchar Andrea se acercaba y me lo decía al oído. Yo cerraba los ojos, su aliento tibio cerca del cuello me hacía cosquillas, quería que me contara secretos largos.

Mi miedo a que salieran solas y me dejaran de lado desapareció al poco tiempo. A ellas no les gustaba ir a bailar, así que a la noche íbamos a caminar por la peatonal, a tomar helado y a la feria hippie. En Buenos Aires habían arreglado para encontrarse con algunos amigos que también estaban veraneando en Gesell, a veces nos juntábamos con ellos y nos íbamos a la playa de noche a tomar cerveza. A Julia le gustaba uno de lo chicos, me di cuenta la primera vez que nos encontramos con ellos porque se ponía muy nerviosa al hablar y se corría el pelo de la cara todo el tiempo con un movimiento absurdo, como un tic. Otro de los chicos estaba atrás de Andrea, pero a ella no le interesaba, siempre inventaba algo para no quedarse a solas con él cuando la invitaba a caminar hasta el muelle o hasta los médanos. Ella estaba conmigo todo el tiempo y yo pensaba que si él no le gustaba yo le servía de excusa para evadir sus propuestas. Pero no me importaba por qué estaba conmigo, lo único que quería era que todo siguiera así y que nadie se entrometiera.

Cuando Julia empezó a salir con ese chico del grupo Andrea la cubría para que mis tíos pensaran que salían juntas y no preguntaran mucho más. Mi prima no era muy femenina, no sabía pintarse y nunca se arreglaba el pelo, usaba remerones grandes y combinaba mal los colores. Así que Andrea se puso en campaña desde la primera cita, le prestó ropa, la maquilló y le arregló el flequillo, que Julia tenía todo el tiempo sobre la cara. Desde esa vez se transformó en un ritual que casi todas las tardes, cuando volvíamos de la playa, fuéramos al baño del camping, nos ducháramos y la ayudáramos a prepararse. A veces Andrea estaba recién bañada, se envolvía con el toallón o se quedaba en ropa interior y se ponía a peinarla. El vapor del baño la escondía como la niebla y a mi me parecía una visión, como cuando en las novelas, para representar los sueños, aparecen las imágenes difusas y etéreas. Me preguntaba por qué me atraía tanto. Por qué no podía dejar de mirarla mientras se llenaba las manos de mousse y le hacía el jopo a Julia. A veces le quedaba espuma en los dedos y me pedía que le abriera la canilla para lavarse, yo imaginaba que era merengue y que ella me ofrecía un poco y me metía un dedo en la boca para que lo probara. No entendía lo que me estaba pasando pero no podía evitarlo. Cada vez disfrutaba más estar con Andrea y buscaba más momentos de intimidad. Al principio me costaba desnudarme adelante de ella y me sentía incómoda cuando me pedía que le abrochara la bikini o el corpiño, porque yo no estaba acostumbrada a compartir esas cosas con otras mujeres, pero ella lo vivía con naturalidad y se desvestía adelante mío y de mi prima sin problema. Salía de la ducha y se secaba en el vestuario, después dejaba la toalla, apoyaba una pierna en el banco largo que estaba contra la pared y se pasaba crema. Se masajeaba despacio, primero las piernas y seguía con los brazos, los hombros y la panza. Después me pedía que le pasara por la espalda, me decía que mi prima lo hacía muy rápido y no le esparcía bien la crema. Entonces yo ponía toda mi dedicación en esa tarea, como si la paz del mundo dependiera de eso. Las yemas de mis dedos hacían rulos entre sus pecas resbalándose desde los hombros hasta la cintura.

Un viernes a la noche mis tíos se fueron al casino de Mar del Plata y se quedaron a dormir allá para no tener que volver a la madrugada. Julia estaba exaltadísima porque era su oportunidad para pasar la noche con ese chico y nos pidió que le dejáramos la casa rodante porque no tenían otro lugar para estar solos. Andrea la ayudó a ordenar y le prestó un cassette de lentos que había grabado de la radio. Después me preguntó si alguna vez había pasado la noche en la playa. Le dije que no, me dijo que ella tampoco, que iba a ser la primera vez.

Dejamos a Julia en el camping muy nerviosa y muy perfumada, pasamos por un almacén, compramos cerveza, queso, maní salado y nos fuimos para la playa. Andrea había llevado su bolsa de dormir. Hicimos un fuego chiquito con ramas y piñas que habíamos juntado en el camino y nos quedamos charlando y mirando las estrellas como en una publicidad de chocolate. Después Andrea sacó una bolsita con marihuana de la mochila y papel para armar. Me preguntó si alguna vez había fumado porro, pero con un tono de pregunta retórica, como dando por hecho que iba a contestarle que no. Le dije que sí, que había probado el verano pasado con Julia. Enseguida me arrepentí, pensé que quizás ella quería enseñarme, quería sentir que con ella lo hacía por primera vez. Sacó una revista de la mochila y la apoyó sobre las piernas, puso encima una seda y la rodeo con el brazo para que no se volara, aunque no era una noche de mucho viento. Después metió la mano en la bolsita, agarró un poco de hierba y la esparció sobre el papel, como si estuviera condimentando con hebras de azafrán. Pasó la lengua por uno de los bordes, el fuego se reflejaba naranja en la saliva y en los labios. Fumamos en silencio y después nos tiramos sobre la bolsa dormir. Prendió el walkman y me pasó los auriculares, una voz dulce de mujer cantaba un tema que nunca había escuchado. Sin decir nada Andrea se desabrochó la campera de jean, abajo tenía una musculosa de algodón muy escotada y no tenía corpiño. La luz ambarina del fogón hacía que se le notaran los pezones duros por debajo de la remera. El pelo y la piel tenían un brillo como de almíbar. Se apoyó sobre mi y sentí las tetas blanditas sobre las mías a través de la ropa. Me pasó la lengua por los labios, después me la metió en la boca y nos dimos un beso largo. Al principio me sentí muy rara y se me cruzaban imágenes que me distraían y me alejaban de ese momento. Pensé en la mousse de chocolate que comía cuando era chica, suave como espuma negra, y casi podía sentir como se me deshacían las burbujas de aire contra el paladar. Pero estaba muy excitada y enseguida se me borraron todos los pensamientos de la cabeza. Yo imitaba los besos y las caricias como un espejo vivo. Cerré los ojos y pude oler el mar.

2 comentarios:

  1. Me gusta todo todo. Y no puedo dejar de pensar dos cosas, que canción sonaba en el walkman (eso muestra lo involucrada que estaba con la historia) y dos, que lindo quedó el título en este cuento.
    Una vez mas, soy tu fan

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  2. llegue a este blog tras leer el cuento que publicaste hace poco en Caja Muda. Me gusto bastante y queria saber si tenias algo mas publicado. Me gustaron muchos tus dos cuentos que he leido (este es el segundo), aunque me da la impresion de que el primero que lei es como una reformulacion de este. Mucho exito en todo y espero pdoer seguir leyendo cosas tuyas.
    slds
    nacho

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